Novela: Adolces de Ausencia (Cap. 7)

Después de la muerte, su forma de ver las cosas cambiaron.
Habían pasado doce días y por supuesto Cristian no supera la perdida. Sus padres quisieron tratarlo, primero con un pediatra y sin conseguir éxito, luego con un psiquiatra a lo cual el se negó fastidiado por las personas que preguntan, analizan, se acomodan el anteojo y cruzan las piernas.
El colegio no brindaba otro efecto que el de reavivar los recuerdos sobre su amigo, todos los días se volvieron iguales por el hecho de que en su tristeza no hallaba nada nuevo y nada lo asombraba, se convirtió en un ser abnegado.
Es lunes y tiene taller a las 8:00, desayuna junto a sus padres como lo hace habitualmente. Luego ellos van a trabajar y él al colegio.
Sus padres lo siguen conteniendo con unas charlas estructuradas como sacadas de un libro de texto y al final como cierre le piden que saque las materias previas y que si tiene calificaciones bajas que las levanté. Antes de partir le preguntaron si se encontraba bien, si necesitaba dinero y si precisaba de calmantes que los saque del segundo cajón del aparador.
Ni siquiera conocían el sentimiento de su hijo, en ese momento Cristian vio lejos a sus padres pero aun seguían en la misma casa.
         Cristian se dirige al colegio, con una mano se acomoda el cuello de la remera y con la otra sostiene la carpeta. Es uno de esos días parecidos, similar a los pasados y para no volver a transitar uno igual decidió no ir a clases.
El mundo terminaba de planificar en los documentos de su computadora todas las muertes por accidentes, enfermedades, suicidios y asesinatos que comenzaban a aparecer en los diarios.
Era el mismo fondo azul con alguna que otra nube desarmándose, en la florería las flores no eran románticas, el asfalto no era un medio de transporte era un gris pavimento, las colillas de cigarros se desprendían de los dedos como un misil de un avión, el residuo de la desmotadora invadía los pulmones, las hojas no hacían piruetas en la vereda, el viento las golpeaba contra el suelo, el amor no era una inspiración de la vida era un sentimiento ajeno.
        

En su cabeza giraba como un disco la muerte de su amigo, las palabras de Andrea de no volverlo a ver nunca más y las voces de sus padres pidiéndole de buena manera que saque las materias del año pasado y que levante las notas.

Se desvío de clases para refugiarse de todo lo que le lastimaba y le traía recuerdos, en su conciencia los inconvenientes eran como garras que escarbaban en sus neuronas y arremetían contra el corazón para que salga a flote el acordarse junto a la pena y  la aflicción con los problemas. Deseaba no tener tantas cosas dando vueltas en su cabeza, anhelaba algo que lo saque de ese estado, ya las palabras eran inservibles; entonces busco a un compañero que curso con él en el segundo año del colegio. En aquel momento su compañero se dedicaba a ese negocio y era repitente, y busco a su compañero Luis alias Loquillo, para que le vendiese droga. Eso que el escucho que te hace volar, que te pierde, esa sustancia prohibida que te lleva poco a poco a otro mundo eso se había convertido en una puerta.
                          continuara... 


 M.M. Ramitzen

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